Los días cada vez se ponían más complicados. Recuerdo que
fue los primeros días de julio de 2014.
Mi hermana se estaba por mudar pegadito a casa, luego de un
divorcio complicado por violencia doméstica. A mi mamá esa situación la afectó
muchísimo. Todas las cosas por las que pasó mi hermana las sintió como propias.
Yo pensaba que tenerla más cerca con su nieto pequeño la iba
a poner más animada. Pero creo que fue todo lo contrario a lo que yo esperaba.
En el correr de julio de ese año no pude moverme de mi casa.
Era imposible dejarla sola. Las noches se habían vuelto un infierno. Se
despertaba de madrugada, desarmaba la cama. Gritaba. Una noche lloraba
desconsolada porque me decía que estaba durmiendo en el piso de una iglesia. Me
metía en su cama y dormíamos abrazadas. En su cabeza ella vivía una pesadilla y
yo en mi realidad otra.
Pasé un par de semanas donde ella dormía conmigo y mi pareja
solo en el dormitorio de mamá. Dormir con ella de la mano me aseguraba que ella
estuviera tranquila y que la madrugara la padeciera yo sola. Muchos momentos ya
no los recuerdo porque fue todo muy intenso y doloroso.
Uno de los momentos donde sentí que no daba más fue una
mañana ayudándola a bañarse. Estabamos las dos solas y se empezó a desvanecer,
se puso pálida, como pude la senté en un banquito. No recuerdo como hice para
dejarla sola. Corrí hasta lo de mi vecina y le pedí ayuda. En el edificio había
una chica que es enfermera y que pudo ayudarnos. Le había dado una convulsión.
Nunca había visto una, no sabía ni lo que era. Y ahí tuve que empezar a tomar
decisiones…
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